viernes, 13 de julio de 2012

Creencias vs. verdades sobre la infancia


"Los niños son el departamento de I+D de la humanidad" Alison Gopnik,
psicóloga infantil en la Universidad de Berkeley, California

Cuando me encuentro con comentarios de adultos quejándose de la falta de autonomía de sus hijos, de que no duermen, de hay que darlos de comer, alimentarlos, guiarlos... les recuerdo que los bebés tienen el periodo de aprendizaje más largo de todas las especies precisamente para ser en el futuro seres con un cerebro sofisticado y extremadamente inteligente.

Si observamos a un niño pequeño que ya es capaz de empezar a explorar su entorno cogiendo cosas con las manos, moviéndolas para que suenen, escuchando sonidos... nos daremos cuenta de su capacidad para interactuar y realizar aprendizajes de todo lo que le rodea. No tiene prejuicios ni piensa en si le va a servir para algo o si está bien lo que hace. Este modo de relacionarse se mantiene mucho tiempo, todo el que los adultos lo respetemos en su descubrimiento de la realidad.

Por eso el choque entre un niño de dos años y un adulto que intenta hacerle entender que los enchufes son peligrosos, que es mejor no ensuciarse comiendo para no tener que poner la ropa a lavar, que los juguetes recogidos evitan que los pisemos, que es educado decir "gracias" y "por favor"... es como el de dos trenes de alta velocidad, cada uno marchando en un sentido distinto.

Constantemente me encuentro con progenitores con creencias populares sobre lo que sus hijos han de saber hacer: recoger los juguetes con tres años, controlar esfínteres con dos, ser responsables con seis, comer de todo con cuatro, adaptarse a los ritmos adultos desde los cuatro meses, no llorar, controlar sus emociones, hacer uso de las normas sociales de trato...

Así que tiendo a sentirme en una cruzada personal por otro modo de cuidar y acompañar a nuestros niños. Para mí está claro que el aprendizaje que van haciendo potencia sus verdaderas capacidades y estimula su creatividad y expansión cuando estamos a su lado para darles nuestro apoyo en ese crecimiento imparable; de otro modo los castramos por nuestras propias experiencias de infancia o por dejarnos orientar por la sabiduría popular sobre cómo deben dormir, qué deben comer, lo que saben y no saben y tenemos que enseñarles.
 
Curiosamente, y pese a todas las señales que nos van enviando los pequeños, convertimos la conviencia diaria con ellos en un conflicto a veces interminable, en lugar de disfrutar de sus descubrimientos, de su intuición, o de maravillarnos con su imaginación desbordante que les ayuda a superar situaciones nuevas o difíciles.

Por eso todas las iniciativas que existen por una crianza respetuosa son una bendición, porque los niños realmente necesitan respeto y libertad, porque nos acercan a los adultos a nuestra verdadera esencia como personas y nos permiten recuperarnos de viejas heridas, porque nos hace más felices como familias y educadores.

Estas son algunas de las verdades sobre los niños que como madre he podido constatar en los últimos ocho años, en mi vida con mis tres hijos y el trato frecuente con otros niños y familias:

-los bebés saben lo que necesitan: si tienen hambre, sueño, sed, quieren contacto físico, les gusta un juguete, les disgusta un sonido, no quieren ver a una persona... esta sabiduría y autonocimiento se mantiene en el tiempo

-los bebés necesitan mucho contacto físico, cuando no lo tienen está nerviosos y lloran más de lo habitual

-los niños no lloran para manipularnos (en el sentido malintencionado con que manipulamos los adultos), salvo que hayan obtenido nuestra atención y respuesta únicamente de ese modo

-cuando están preparados para un aprendizaje (comer solos, controlar esfínteres, vestirse, etc) lo muestran con claridad. Si los forzamos antes de tiempo a menudo colaborarán todo lo posible, aún a costa de su propio equilibrio físico y emocional

-los niños necesitan una o varias figuras de apego, sin ellas la mayoría se siente inseguros y amenazados, necesitan estar tiempo con esa figura adulta

-cada niño es diferente, nuestros esfuerzos por estimularlos comparándolos con otros los hacen sentirse derrotados, incómodos y fracasados antes de tiempo, además de alimentar los conflictos entre ellos

-los niños nos quieren por encima de todo y colaboran siempre que les es posible, aunque su colaboración no responda a nuestras expectativas, debido a que nos comunicamos con ellos de forma errónea

-cuando dejo de evaluar a los niños conforme a creencias o mensajes externos entonces los veo de manera diferente, tal y como son, no como me gustaría que fueran

¿Cuáles son tus creencias? ¿Responden a lo que son realmente tus hijos?

Maria Pilar Gómez San Miguel
Crianza en Familia

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