viernes, 2 de diciembre de 2011

Maternidad y expectativas


 Cuando me quedé embarazada, tenía ciertas expectativas relativas a cómo debía ser la crianza de mi hijo. Siempre creí que la mejor forma de crianza para un niño/bebé era aquella en la que sus padres les imponían unos límites y eran rígidos con ellos. Siempre pensé que al terminar la baja maternal, donde mejor podía estar un bebé era en una guardería, ya que los abuelos los malcriaban; que era mejor dejarles llorar, porque si acudieras cada vez que lo hacían, te tomarían por sopa; que no debía acostumbrarlo a los brazos, porque entonces no iba a querer bajarse nunca de ellos, y que no debía meterlo en nuestra cama, porque tampoco querría irse nunca de allí. Entre mis expectativas también incluía la de que no me cambiara la vida, o la de que sería el bebé el que se adaptara a mí y no al contrario.  

            Cuando estaba de cinco meses, un familiar me prestó varios libros sobre parto respetado, crianza, etc. Entre ellos estaba el libro “Bésame mucho”, del pediatra Carlos González. He de confesar que el libro me atrapó desde las primeras páginas, y supuso para mí una catarsis. Daba explicación al comportamiento y a las necesidades de los bebés, y dejaba claro que nos empeñamos en no escuchar esas necesidades, en no atenderlas. Comprendí entonces cómo las actitudes que teníamos hacia los niños eran fruto de un marcado “adultocentrismo”, es decir, criábamos a nuestros hijos en base a nuestras necesidades y expectativas, y no a las de ellos. Entonces empecé a ver la crianza de un modo diferente. Tanto me picó la curiosidad que después de este libro vino “Mi niño no me come”, del mismo autor, “Dormir sin Lágrimas”, de la psicóloga infantil Rosa Jové, “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”, de Laura Gutman, “El poder de las caricias”, de Adolfo Gómez-Papí, y otros cuantos más. Un mes más tarde, cuando ya estaba de seis meses, me encontré con la sorpresa de que la matrona que impartía las clases de educación maternal, Ana Isabel, era partidaria de la crianza con apego, y sus consejos de maternidad iban en consonancia con ésta.

            El día en que mi hijo nació, al tocarle por primera vez, recuerdo que pensé: “¿Cómo es posible que siempre hubiera pensado que no debía cogerlo mucho en brazos? ¿O que no debía dormir con él (acaba de cumplir dos años y seguimos siendo tres en la cama)?”

Pasaron los días, y pensé: “¡qué suerte que cayeran en mis manos esos libros y que asistiera a las clases de Ana Isabel!” Pero realmente, creo que si no los hubiera leído, que si no hubiera tenido a la matrona que tuve, hubiera llevado la crianza del mismo modo, pero con un matiz diferente: habría tenido que mediar en una lucha entre mi instinto y mi razón. Porque, ¿qué ocurriría si permitiéramos a la madre que actuara según lo que le dicten sus instintos? ¿Si no oyera continuamente comentarios del tipo “no lo cojas, que se malacostumbra”, o “como lo metas en tu cama ya no sale”, o “el pecho cada tres o cuatro horas, si te pide antes es por llamar la atención, no puede tener hambre”, o “puede que tu leche no sea buena, por eso quiere teta otra vez a los treinta minutos”?

Y es que oímos ese tipo de comentarios desde que tenemos uso de razón, con lo que es difícil cuando te conviertes en madre no dudar de si estás haciendo realmente lo correcto. Pasan meses (al menos en mi caso) hasta que dejas de dar la razón y empiezas a salir del armario, a decir “hago esto porque creo que es lo mejor, porque respeto a mi hijo, sus necesidades, y no le considero un obstáculo para cubrir las mías”. Y porque llevamos toda la vida escuchando estos “consejos no pedidos” nos creamos unas expectativas que difícilmente se podrán cumplir, como que duerma toda la noche de un tirón a los pocos meses, que no pida comer antes de tres horas, que la vida no te ha de cambiar, que es el bebé el que debe adaptarse a ti y no al contrario, etc. Ocurre entonces que cuando tus expectativas no se cumplen vives la maternidad con estrés, con amargura, y renunciando a tu instinto.

Decía nuestra matrona que “si dejaran a una mujer y a su bebé solos en una plataforma petrolífera en alta mar, ella sabría muy bien qué hacer, seguiría realmente su instinto”. Y hoy se que tenía razón. Que mi instinto finalmente me hubiera guiado, que al ver a mi hijo hubiera sabido que no podría dormir sin tenerlo a mi lado, que me separaría de él el mínimo imprescindible, y que acudiría siempre que reclamara mi atención. Lo único que consiguió la información a la que tuve acceso sobre crianza con apego, es que tuviera armas con las que defender mi opción ante las intromisiones de los demás. Y lo más importante, que al aplicarla mi instinto fluyera libre, y poder disfrutar plenamente mi maternidad, sin estrés, sin remordimientos.    



Elena Segura

2 comentarios:

  1. Elena!! me encanta tus palabras contadas desde la sinceridad y el corazón.A mi me pasó algo similar... yo siempre he pensado q en esta vida, estamos para ser felices y con ello hacer felices a nuestros hijos y q vean a través de nuestros ojos todas las formas que adopta el AMOR

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  2. Tienes toda la razón del mundo, deben dejarnos que nuestro instinto nos guie. Así conseguimos que nuestras vidas sean más felices. Aunque es verdad que implica más esfuerzo y fortaleza (sobre todo mental).

    Un abrazo.

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