viernes, 17 de febrero de 2012

Combatiendo la pedagogía venenosa


Me gusta cuándo las personas disfrutan con su trabajo (como a casi todo el mundo, supongo). Me de igual que hablemos de una arquitecta, de un sastre, de una librera o de un músico. Me gusta observar y escuchar su opinión sobre las cosas que conocen, bien porque llevan años ejerciendo, o estudiando, bien porque lo han “mamado” desde pequeños si es una saga familiar. Disfruto aprendiendo cosas que han estado lejos de mis intereses, pero que soy capaz de valorar cuando se manifiestan al mundo en forma de lo que más luce: trabajo bien hecho, con cariño y atención. Yo también intento hacer mi trabajo de la mejor manera posible, formándome, observando y procurando estar siempre al día, y reconozco que es agotador, que me falta tiempo y que a veces me gustaría estar tirada sin hacer nada más que mirar el cielo. Claro que mi trabajo tiene un doble beneficio; lo hago porque me gusta y además, es absolutamente compatible con mi actividad principal de unos años a esta parte: la crianza de mis hijos, desde el respeto a sus necesidades y con tiempo y apego. Si ahora tuviera que ganarme la vida de otra forma, tendría que dedicar muchísimo tiempo y ganas (posiblemente también dinero) para aprender algo que me es desconocido. Esto repercutiría en mi familia y en mi profesión, y quizás incluso en mi salud, pues debería robarle horas al sueño para que me cundiera. ¿Sería justo que le exigiera a alguien que dejara de lado su profesión y sus conocimientos para sumergirse en otro mundo para criar a sus hijos con responsabilidad?

Entonces ¿qué pasa con la mujer (generalmente), profesional en su actividad, que ha dedicado tiempo y esfuerzo a lograr ciertas metas y, tras quedarse embarazada, se ve enfrentada a una profesión para la que generalmente no se han preparado, ni enseñado, ni hay escuelas, ni postgrados ni universidades? Parece existir la creencia de que cuando una mujer tiene un hijo va aprendiendo sobre la marcha todo lo necesario. También se valora mucho la ¿ayuda? –no siempre- de abuelas, vecinas o amigas más experimentadas. Pero la realidad es que muchas mujeres, tarde o temprano, pero generalmente cuando se va superando la etapa de “fusión” en la relación con sus hijos, se ven enfrentadas a las dudas, a sus propios recuerdos sobre su educación y a las expectativas de la sociedad sobre lo que sus hijos deberían o no deberían hacer. Aparecen problemas, consultas, conflictos y muchas veces la consulta a los especialistas. ¿Podemos exigirle a una mujer, a un hombre o a familias enteras que se formen, estudien, comparen y analicen todas y cada una de sus decisiones? No, si ellos no quieren.

No quiero que parezca que mantengo que una mujer no debería conocer nada sobre crianza y maternidad... es más, opino que cuanto más conozca uno sobre casi cualquier cosa, mejor. Pero una mujer hoy en día se ve “obligada” a saber sobre su embarazo más que algunas matronas no recicladas, más sobre parto que algunas ginecólogas y más sobre crianza y salud infantil que unos cuantos pediatras y especialistas en educación infantil... y esto es lo que no me parece justo, ni ideal, ni siquiera beneficioso a largo plazo ¿por qué? Porque es la clase de información que debe fluir, que debe estar disponible sea cual sea la clase social, la formación o las peculiaridades socioculturales de las familias.

Hace poco leí a una mujer que en un foro de discusión comentaba algo así como que “había que dejar de leer tanto libro y fiarse más de una misma”. Eso hubiera estado bien, de no haber sido porque unas líneas más abajo mantenía que un buen azote era lo mejor para prevenir males mayores. Ojalá esa mujer tan convincente hubiera tenido otra infancia, otra formación... o hubiese visto otra forma de hacer las cosas.

En el ámbito educativo, se habla de “currículum oculto como los usos, creencias o normas que se manifiestan a través de una institución pero sin hacerse explícitas. Por ejemplo, si una profesora quisiera hacer entender a su alumnado la importancia del comercio justo y responsable, pero ella asistiera a clase con ropa nueva cada día y de marcas que son elaboradas por niños asiáticos, su mensaje no calaría por ser contradictorio. Sería una especie de “discurso subliminal” dentro de la escuela. Pues bien, entiendo que el currículum oculto en los hábitos de crianza, hoy en día, es en demasiadas ocasiones negativo y pernicioso. No valora al niño en su justa medida, no potencia sus habilidades y frecuentemente va de la mano de la coacción y el chantaje, cuando no del miedo. Alice Miller se refirió mucho a ello como “pedagogía venenosa”.

Las familias implicadas en la crianza con apego cada vez son más visibles, pero todavía tienen que hacer más ruido. El mundo está cambiando y ya no vale quedarse en el ámbito de la tribu que comparte ideales y formas, porque el futuro de todos, incluidos nuestros hijos, está en juego. Por supuesto que sería deseable que casi todo el mundo leyera algunos libros, o escuchase a algunas personas, pero la realidad es que no es así, y que la posición de alguien verdaderamente implicado en la crianza respetuosa no puede quedarse en un “¡ah!, pues que se hubiera informado un poquito.” O en “Yo les dejé unos libros y ni se los leyó”. Las familias tienen que ver públicamente a otras familias criando de otras formas. Tienen que asistir a otra manera de acudir y tratar una rabieta (¿quién no ha sufrido miradas reprobatorias ante una rabieta de un pequeño por parte de otros adultos que por supuesto saben muy bien lo que tendría que hacerse en ese caso?) No se trata de dar información que no se ha pedido, pero tampoco ocultarse. Decir “yo no castigo a mi hijo” no puede provocar ansiedad por su posible comportamiento y la opinión que generará en terceras personas... no se nos olvide que estamos hablando de niños, de personas completas, a las que deberemos acompañar y respetar... pero no son nosotros. 
Cristina C.


Quiero animar y agradecer a todas esas mujeres que practican la estrategia del “tropezón”. Esa de tomar un café y como quien no quiere la cosa, sugerir algo distinto “¿has probado a hacerlo así? A mi a veces me va bien.” Siempre con una sonrisa y aceptando los noes (como cuesta eso).  También a esas familias que no tienen problema en criar amorosamente a sus hijos, y defender que por ellos se les escurre el tiempo de las manos ante otros que hablan de “los quince minutos al día que tengo que jugar con mi hija” (esto es un testimonio que yo he recogido personalmente de una madre refiriéndose a su hijo de apenas unos meses). Los implicados de verdad en la crianza con apego, por sus hijos y por un mañana mejor, deben ser capaces de impregnar el ambiente con sus actitudes para así, poco a poco, ir arrinconando la violencia.

Sigamos haciendo tribu.  
 

Beatriz Coronas.
Psicóloga y maestra.
A las madrigueras! 

Una película para reflexionar: "La cinta blanca", de  Michael Haneke.


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