Hace
unos días presencié una conversación entre una madre y su hija, después de una
discusión, en la que ella (la madre) le decía:
-
“si ya sabes que yo te quiero
mucho, pero cuando te portas bien…”
Así,
leído en frío, lo vemos como una barbaridad, pero ¿de verdad a estas alturas
nos pueden sorprender estos comentarios? Posiblemente sea el modelo
materno-filial más habitual; desde luego es el modelo conductista que
Supernanny, Estivill y compañía proponen en sus “métodos” y que luego miles de
familias reproducen con más o menos éxito. Es bastante probable incluso que
muchos padres y madres de familia lo hayan escuchado de sus propios
progenitores y, lo que es peor, que lo lo hayan creído.
Yo
personalmente prefiero al Doctor Jekyll dicendo eso tan archiconocido de “Quiéreme cuando menos lo merezca, que será
cuando más lo necesite” (R. L. Stevenson). Y es que si negamos la
posibilidad de errar, de enfadarnos, de sentirnos humanos, estamos negando la
posibilidad de decidir, y con ello, de crecer. Pero los adultos lo hacemos con
bastante frecuencia:
-
¿No
me das un besito? ¡ay! Qué triste me pongo, voy a llorar!
-
He
estado cocinando toda la tarde, y tu ahora no comes nada…
-
Me
encanta cuando me ayudas y recoges todos tus juguetes.
El
problema es que nos han hecho creer que todo en esta vida funciona a base de
condicionamiento operante, de estímulo y refuerzo, y que además, lo podemos
controlar, y que podemos modelar la conducta de los niños a base de castigos y
refuerzos. Incluso hay gente que dice: “no, castigar no, pero hacer refuerzos
positivos sí, claro”. Bueno, pues depende. Es muy simplista pensar que podemos
modificar el comportamiento humano con la misma facilidad que el de una paloma
en ambientes no controlados, como los de un laboratorio, pero esa es sólo una
de las grandes críticas que se puede hacer al conductismo aplicado a los niños
(el “conductismo fashion” que dice Rosa Jové):
Una
crítica es que cuando sucede “algo” en lo que nosotros (los adultos) nos
fijamos, también ocurren muchas otras cosas alrededor, antes, durante y
después, que nos pueden pasar
desapercibidas pero que están ahí y que también influyen. Cuando estudié la
carrera hice cientos de horas de observación (a bonobos, a niños, a adultos…) y
era muy interesante comprobar que realmente era dificil que varias personas
estuvieran absolutamente de acuerdo en lo que había sucedido,en lo de antes y
lo de después. Esto, en entornos muy controlados ¿cómo exportarlo a lo que
ocurre en una casa? Y el problema de esto es que el condicionamiento depende de
unas variables muy precisas, que si fallamos en ella, falla el refuerzo de
aquello que esperamos conseguir. Esto le pasó, INSISTO, en condiciones muy estrictas de laboratorio, a Skinner y a
alguna de sus palomas.
Por
otro lado, es terrible que queriendo reforzar conductas positivas silenciemos
los fallos, los errores o actitudes que A LOS ADULTOS no nos gustan. Y es que
si no acompañamos a los pequeños en la búsqueda de sus propias respuestas, en
el afrontamiento de las consecuencias reales de sus actos ¿en qué estamos
educando? En la competencia salvaje, en la individualidad y en el menosprecio a
los sentimientos… estos, casualmente (o no) son algunos de los motivos que nos
hacen estar encallados en la situación social en la que estamos.
Y
lo que realmente resulta peligroso de condicionar es que los aprendizajes no
son elaborados, elegidos; se graban a fuego en la mente, sin análisis, sin
valoración. No es una educación crítica y preparada para mejorar. Curiosamente,
esto también lo explica muy bien un experimento de los primeros conductistas:
en una jaula con el suelo electrificado metían a varios monos. Del techo
pendían unos plátanos que en realidad eran unos sensores: cuando un mono cogía
un plátano, los que estaban en el suelo recibían una descarga eléctrica. Los
monos aprendieron pronto y molían a palos a aquel compañero que intentara
comer. Cuando la conducta estuvo bien asentada, introdujeron otro mono que por
supuesto, recibió la consabida paliza cuando intentó coger los plátanos. Poco a
poco fueron reemplazando todos los monos del principio por monos nuevos que
también intentaban comer plátanos antes de ser “persuadidos”, incluso por
aquellos simios que no habían recibido descarga eléctrica ninguna. Al acabar el
experimento, ningún mono había sido condicionado mediante descargas, pero no
dudaban en atacar a aquel ignorante que tuviese pensado subir.
Aquí podéis ver una réplica del experimento de los monos y los plátanos, son apenas dos minutos y está subtitulado.
¿Así
queremos educar? ¿En el miedo, en la irreflexión? Pensemos en que lo que
aprenden en los primeros años durará para toda la vida. ¿De verdad que lo que
les queremos entregar para que salgan al mundo es una mochila llena de
supersiticiones?
Beatriz Coronas, psicóloga.
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