El
mes pasado estuve en clase de mi hija mayor y en tres cuartos de hora
con los niños pude palpar claramente que muchos niños tenían ya una
etiqueta, conforme a la cual se comportaban ante sus compañeros: estaban
los tranquilos y callados (a los que nadie molesta), los tímidos (los
que se ponen colorados en cuanto un adulto pronuncia su nombre), los
graciosos (que reciben las risas de sus compañeros aunque aporten ideas
buenas y originales), los inquietos (que desconectan a los diez segundos
de llegar a la clase y que son llamados al orden cada poco tiempo por
sus maestros)...
El
origen de las etiquetas que los adultos ponemos a los niños es
variado, pero el beneficio que reciben de estas etiquetas es nulo; es
más, el perjuicio puede ser temporal o para toda la vida. En ocasiones
nos molesta su actitud o conducta y calificamos al niño en lugar de
corregir la conducta o acompañarlo. Otras veces la conducta del niño es
aparentemente positiva pero igualmente lo encierra en la cárcel de lo
que todo el mundo espera de él.
Algunas etiquetas son evidentes: aquellas
que califican con una palabra al niño, tonto, malo, listo, guapo, ...
Otras son más sutiles y las emitimos sin apenas percibirlo: "Es una niña
muy tranquila", "Pero mira que eres pesado", "¿Ya estás mintiendo otra
vez?". Si observamos con detenimiento a un niño que recibe una de estas
frases podremos darnos cuenta de cómo pierden casi automáticamente su
actitud natural. Y si las ocasiones en las que el niño "merece" estos
calificativos aumentan no es porque nosotros teníamos razón, sino porque
necesita sentirse aceptado, tanto si es de forma positiva como
negativa, así que empezará a comportarse tal como nosotros lo vemos.
Resulta
que, tal como he comprobado en mi trabajo como docente, y acompañando a
mis hijos en su crecimiento, es posible desmontar esas etiquetas y
hacer que los niños se sientan libres para ser y hacer lo que necesitan
en cada momento, que se superen por encima de las expectativas de los
demás y de las suyas, y que se atrevan a probar cosas nuevas:
- dejando de usar ciertas palabras concretas que cada niño ha escuchado muchas veces sobre él, sin calificar cada cosa que hace o deja de hacer
- proponiendole actividades y colaboracion, olvidando lo que solemos esperar de el, dispuestos a dejarnos sorprender
- rompiendo cliches mentales y dejando las clasificaciones de "bueno" y "malo" para todo lo que hacen los niños
Este
trato que les damos a través de las etiquetas es injusto. En primer
lugar porque son personas en formación y crecimiento que aún no tienen
definido su carácter; y en segundo lugar, porque si somos honestos nos
daremos cuenta que en ocasiones se "comporta" tal como nosotros lo hemos
calificado, pero en muchos otros momentos no. Y en tercer lugar porque
calificar a un niño es tener una visión muy pobre de lo que vale como
persona, ya que su potencial, temperamento, actitudes, no se pueden
definir con una sola palabra.
Mª Pilar Gómez es maestra, mediadora familiar y social, y está el frente de Crianza En Familia
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