Resulta curioso pararse a pensar cómo a medida que pasan los años, aquellos niños que hace tan poco fuimos, se nos olvidó jugar.
Y resulta curioso porque los de mi generación estuvimos jugando hasta los trece o catorce años a las muñecas, al fútbol, a la comba, a la rayuela, a las casitas, al pilla pilla.
Jugábamos a que éramos bomberos, detectives, Tarzán en la selva y nadie tenía que decirnos cómo teníamos que jugar. Nuestra imaginación, desbordante, nos llevaba de forma inmediata a mil y una escenas inventadas, sin esfuerzo, sin pensar, porque así son los niños y así es el juego: de ellos emerge la creatividad, la capacidad de resolución, la inventiva innata, el cambio continuo de roles, de agregar y hacer desaparecer escenas y personajes... un mundo en miniatura con tremendas semejanzas al mundo real.
Porque el juego prepara a la vida. Es como ese doctorado que terminado en Cum Laude te hace experto en tu especialidad: el juego hace experto al niño, en ser niño. Y el niño tiene que ser, ejercer y sentirse niño durante toda su infancia para luego convertirse en un adulto maduro, sensible, tolerante, comprometido, respetuoso, seguro de sí mismo y con una autoestima inquebrantable.
Los padres somos los primeros compañeros de juegos de los niños y, en la misma forma que resulta prioritario proveerles de comida, abrigo, descanso y aseo, de criarlos con cariño, amor y respeto, de ofrecerles un entorno tranquilo, estable y seguro, tenemos que ser conscientes de lo importante que es jugar con ellos.
Nuestro ritmo de vida actual nos hace llegar a casa cansados y a muchos padres, en algún momento de la crianza, tener que jugar un rato con sus hijos se les hace realmente agotador. Conozco a padres que prefieren escabullirse a la cocina y fregar platos antes que jugar con sus hijos. A padres que tienen que hacer esa llamada sumamente importante justo en el momento en que empiezan a jugar, a padres que encienden la tele cuando se sientan a pasar un rato con sus hijos, a padres que se quedan dormidos... Pero he visto a esos mismos padres recién llegados del trabajo -e igualmente cansados- atender visitas intempestivas sin encender la tele, sin tener que llamar por teléfono, sin importarles los platos de la cocina y, por supuesto, sin quedarse dormidos... sería una falta de educación para con esas visitas. Y no estoy criticando esa actitud - antes al contrario- pues parto de la base que todos los papás y las mamás quieren a sus hijos y desean para ellos lo mejor. Es simplemente que cualquier tarea les resulta menos agotadora que jugar. Y es por ello que vuelvo al principio de este escrito: se nos olvidó demasiado pronto jugar.
Conozco a muchas mamás que me comentan agobiadas que no saben cómo jugar con sus hijos, que el rato que están en casa con ellos se les hace eterno, que el niño acaba nervioso y enfadado. Y esos ratitos compartiendo juegos, que deberían estar llenos de complicidad y risas, se convierten en rabietas que luego nos deja un sentimiento de impotencia y culpa difícil de sobrellevar.
Jugar con los niños es mucho más fácil de lo que a veces pensamos. Os detallo algunos consejos para intentar mejorar esos momentos juntos:
1- Este primer punto es el más importante: quedan absolutamente prohibidos la televisión y el móvil mientras juegas con los niños.
Ésta es la situación que he visto muchas veces: el padre o la madre se sienta a jugar con el niño. Enciende la tele para ver de reojo el fútbol o cualquier otro programa. Otras veces andamos de forma inconsciente mirando el móvil, escribiendo en facebook o mandando whatsup. Los padres piensan que el niño está a lo suyo y no se da cuenta de nada cuando el niño sabe perfectamente que no está teniendo toda la atención de sus padres. (No olviden ésto: el niño siempre, siempre nos está observando). Entonces, cuando el padre menos se lo espera y el niño ha llegado al culmen de su enfado, de pronto le tira un juguete al padre o responde con un grito ante cualquier frase. El padre (que no sabe qué ha pasado) le dice serio al niño que no puede comportarse así. El niño se enfada aún más y se pone a gritar o a tirar más cosas. Y si el padre no sabe parar y controlar la situación de forma tranquila y cariñosa, dejando que el niño se desahogue (pues el niño, aunque muchos no lo crean, tiene derecho a enfadarse y a expresar su enfado), se habrá liado en un momento la de San Quintín.
No olviden nunca ésto: "Si el niño está enfadado, algo le ha pasado". Ténganlo siempre presente. Si vuestro hijo, en algún momento del juego, comienza a gritar, a enfadarse o a tirar cosas, piense en qué es lo que ha pasado y pídale disculpas.
2- Cómo empezar a jugar:
El niño es, de forma innata, tan sumamente agradecido y generoso que en la gran mayoría de las veces ellos decidirán el juego, cómo se juega y qué es lo que hay que hacer. Muchas mamás me comentan que no saben a qué jugar con sus hijos y es tan fácil como sentarse a su lado y escucharlos.
- Cuando el niño es pequeñito, uno o dos años, la gran mayoría de las veces sólo pide y necesita que se le acompañe. Siéntese a su lado y ponga a su disposición bloques de construcción, puzzles fáciles, ceras de colores etc. También valen cacerolas y vasos de plástico de diferentes tamaños. Lentejas, pasta, arroz o garbanzos. Esté atento a cambiarle el juego con asiduidad pues los niños pequeños se aburren pronto de una misma actividad. Déjelo a él hacer y no intervenga si él no se lo pide. Si un bloque de construcción se le va a caer no lo arregle; si una cera se le va a salir del papel y va a pintar la mesa, no le corrija. Está jugando, no haciendo ejercicios universitarios. La frustración es uno de los principales motivos de enfado en los niños. Puede acompañarlo haciendo usted otra torre a su lado pero no vaya corrigiendo constantemente su juego. Otros juegos que siempre funcionan con los pequeñines son: jugar al pilla pilla alrededor del sofá, hacer mil cosquillas, un teatro de títeres, pintarse las manos haciendo cara de animalitos, etc.
- Cuando el niño es más mayor, a partir de 3 ó 4 años, jugar con él puede ser una experiencia sumamente enriquecedora pues es en esos ratos de juegos donde conocerá aún más a su hijo. Yo, las anécdotas más divertidas que recuerdo con mi hija, las he vivido mientras jugábamos: frases que recordaré siempre, explicaciones que me han dejado con la boca abierta y lo más importante: hemos reforzado ese vínculo tan especial que hay entre las dos ganándome su entera confianza y dándole la oportunidad también a ella de conocerme a mi. Porque los niños también tienen necesidad de conocer a sus padres: de saber qué nos hace reír y qué nos hace enfadar, qué nos gusta y qué nos asusta y eso no se puede contar con palabras pues a los dos minutos estarían aburridos de nosotros y de nuestra charla. Hay que jugar, vivir, compartir momentos para estrechar vínculos que serán sumamente importantes en el futuro. Ese gran tesoro que se crea, la complicidad, nos lo da el juego compartido.
A partir de esa edad suceden principalmente dos situaciones, muy comunes, que suelen llevar al enfado y que conociéndolas de antemano se pueden intentar evitar:
*En la primera situación el niño está aburrido y no sabe a qué jugar. El padre o la madre, que está cansado, no toma la iniciativa y le pide al niño que elija él el juego. Esta situación, que puede eternizarse, hace que el niño comience a ponerse nervioso y a molestar al padre pues únicamente quiere llamar su atención. El padre, que sólo quiere estirar el rato para descansar un poquito más, sentado por ejemplo en el sofá, está a punto de conseguir todo lo contrario: el niño va a acabar molestándole demasiado porque quiere jugar, el padre va a acabar enfadado porque no entiende al niño y el niño, con toda probabilidad, va a acabar llorando. Papá o mamá: si de verdad quieren descansar deje a su niño a cargo de otra persona y váyase un rato a otra habitación. Es preferible recuperar fuerzas cuando uno no puede más que llegar a un enfado con su hijo que es perfectamente evitable. Su hijo no entiende ni de trabajos, ni de estrés, ni de cansancios, sino tan sólo de que no vio a su papa o su mama en todo el día y ahora necesita estar con usted. Vuelva en un ratito, bien repuesto, y aproveche el tiempo con su hijo con calma, con risas, con mucha paciencia y con más amor.
*En la segunda situación, que es la más común, el niño de esa edad tiene perfectamente decidido a qué quiere jugar. Sabe qué hará él y qué hará su papá o su mamá. Y ahora llegamos nosotros, los perfectos sabelotodos entrometidos y en un momento queremos cambiarle todas las reglas del juego. Comienza pues la discordia...
Hay algo que todo padre debe saber y tener presente a la hora de jugar con niños: el juego lo dirige el niño. Si seguimos esa sencilla regla les aseguro que todo irá sobre ruedas. Resulta imposible, para cualquier ser humano, estar con una persona que constantemente nos esté diciendo cómo tenemos que hacer las cosas. Imagine que en su trabajo cada vez que esté haciendo un informe si trabaja en una oficina, friendo un pollo si es cocinero o abriendo a un paciente si es cirujano, que tuviera a un compañero o a su jefe pegado a su lado corrigiéndole constantemente y diciéndole a cada momento cómo tiene que hacer: nos sentiríamos acosados y frustrados. Así se sienten nuestros hijos. Deje a su hijo dirigir el juego, sea el personaje que él quiere que sea y no el que usted decida ser. No olvide que usted es el adulto y su intención es la de pasar un tiempo precioso con su hijo (qué más da si le toca ser la mona Chita en vez de una tortuga ninja con superpoderes?). Si están dibujando, construyendo, cocinando, déjelo hacer. No le ayude, no le aconseje, no le moleste, no le enseñe lo que él no le ha pedido aprender. Esto es fundamental. El niño aprende equivocándose y, sobretodo, nunca olvide que el niño no es tonto y si necesita ayuda, tenga por seguro que al primero al que se la va a pedir es a usted.
Tratemos de recordar aquellos niños que fuimos, tratemos de sentir lo que sienten nuestros hijos, tratemos de estar sólo para ellos cuando estamos con ellos
y, sobre todo,
tratemos de recordar cómo se aprender a jugar...
tenemos a los mejores maestros,
nuestros hijos.
Evita Rey
Los Cuentos de Palmita
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