Ya Freud hizo notorio hace mucho tiempo de la
importancia que los silencios, entendidos como la ausencia de palabras durante
una conversación, tenían durante las sesiones de terapia. En la actualidad,
cualquier terapeuta presta tanta atención a las palabras dichas como a las que
se tapan: los silencios y las omisiones, mediados por el lenguaje no verbal,
ofrecen muchos matices a los que no podríamos acceder sólo con el lenguaje
oral.
En la vida cotidiana lo que no decimos tiene la misma importancia, sólo
que es raro tenerlo en cuenta. Hay momentos muy claros: ¿quién no se ha
enfrentado al mutismo hiriente de alguna persona cercana “a la que no le pasa
nada” pero no nos habla? Sabemos que algo pasa, sabemos que probablemente
quiere contar algo que se ha quedado
atascado por diversos motivos, pero cuesta mucho tener acceso a ello. Es un
mecanismo tan sutil, tan inaccesible que muchas discusiones comienzan por el
famoso: “estás muy callada/o ¿te pasa algo?
Si esto supone un problema, es casi más
preocupante el estimar que la verdad es siempre lo que se verbaliza, y no dar
importancia a las cosas que no se dicen. Sin embargo, nuestros esquemas
mentales están preparados para dar crédito absoluto a los declarativos de
terceros y a no ser que se haga un esfuerzo intenso explícito, lo omitido no
tiene importancia.
Las madres, los padres, suelen tomarse muchas molestias en conseguir
establecer una buena comunicación con los hijos: les hablan, les cuentan
cuentos, les preguntan qué tal en el cole, o con los abuelos, o si se lo han
pasado bien en el cumpleaños… todo esto es fantástico. Incluso desde hace unos
años a esta parte se está tomando conciencia de la mucha importancia que tiene
la comunicación temprana y cada vez más padres se deciden a hacer cursos de
comunicación en lengua de signos para poder adecuar sus respuestas a los
requerimientos de los niños desde que son pequeños. Insisto, todo esto redunda
en la fluidez de las relaciones siempre que no se nos olvide la importancia de
lo que no se cuenta.
Y es que seguro que muchos han sentido cierta
sensación de temor cuando, por ejemplo, un amiguito del hijo cuenta lo bien que
se lo han pasado en una fiesta especial en el cole en la que hicieron algo
distinto, por ejemplo. Y las dudas asaltan ¿por qué no me ha contado nada?¿habrá
pasado algo? ¿qué le preocupa, por qué no confía en mi?
Es una sensación displacentera, pero si somos
capaces de darnos cuenta de que las cosas más importantes de nuestra vida tampoco
nosotras solemos verbalizarlas, podremos relajarnos y apreciar los matices en
las distintas situaciones.Las cosas que se nos quedan grabadas no
suelen ser explícitas: son ejemplos y actitudes que van más allá de las
palabras. Cómo reaccionamos, cuándo acariciamos, cómo sostenemos o simplemente cómo
estamos disponibles son formas de comunicación muy potentes a las que
normalmente no prestamos atención.
Cuando creías que no te veía… te vi
poner mi primer dibujo en la puerta de la nevera y corrí a hacer otro.
Cuando creías que no te veía… te vi poner alimento en el platito del gato y aprendí que es bueno cuidar de los animales.
Cuando creías que no te veía… vi lágrimas salir de tus ojos y aprendí que algunas veces las cosas duelen, pero está bien llorar.
Cuando creías que no te veía… te vi hacer mi postre favorito y aprendí que las cosas pequeñas son las que hacen la vida especial.
Cuando creías que no te veía… te sentí darme un beso de buenas noches y me sentí amado y protegido.
Cuando creías que no te veía… Te vi dar tu tiempo y dinero para ayudar a gente que no tenía nada y aprendí que los que tienen deben ayudar a los que no tienen.
Cuando creías que no te veía… te vi cuidar de la casa y de nosotros y aprendí que debemos cuidar de lo que nos ha sido dado.
Cuando creías que no te veía, te escuche decir una oración, y sentí que existe un Dios al que siempre le podré hablar.
Cuando creías que no te veía… te vi poner alimento en el platito del gato y aprendí que es bueno cuidar de los animales.
Cuando creías que no te veía… vi lágrimas salir de tus ojos y aprendí que algunas veces las cosas duelen, pero está bien llorar.
Cuando creías que no te veía… te vi hacer mi postre favorito y aprendí que las cosas pequeñas son las que hacen la vida especial.
Cuando creías que no te veía… te sentí darme un beso de buenas noches y me sentí amado y protegido.
Cuando creías que no te veía… Te vi dar tu tiempo y dinero para ayudar a gente que no tenía nada y aprendí que los que tienen deben ayudar a los que no tienen.
Cuando creías que no te veía… te vi cuidar de la casa y de nosotros y aprendí que debemos cuidar de lo que nos ha sido dado.
Cuando creías que no te veía, te escuche decir una oración, y sentí que existe un Dios al que siempre le podré hablar.
“Gracias: mamá, papá, hermano,
hermana, amigos, abuelos, etc…
por todas las cosas que aprendí cuando creías que no te veía”
por todas las cosas que aprendí cuando creías que no te veía”
Autor Desconocido
María Montessori también reconoció la
importancia del silencio; junto con la concentración y el orden los considera
básicos para lograr la autodisciplina y el autocontrol necesarios para llegar a
ser adultos pacíficos y completos.
Hagamos
en silencio, transmitamos amor en silencio y atrevámonos a intuir en silencio…
¿notamos algún cambio?
Beatriz Coronas, psicóloga.
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