Que
los niños hablen demasiado alto es una cuestión que suele inquietar a padres,
pero sobre todo a abuelos y a algún cuidador ocasional, que pueden opinar que
eso responde a que el niño está algo maleducado. De todo hay, y aunque puede
ser cierto que en ocasiones las voces altas están fuera de lugar, hay que tener
en cuenta que los niños son niños:
espontáneos, explosivos, alegres, intensos... vivos. De los adultos depende
darles pautas para evitar que esto suponga un malestar en determinados
ambientes, y sobre todo, de ellos depende identificar si verdaderamente el tono
habitual que utilizan es excesivamente alto.
B.Coronas, reproducción prohibida. |
Dos
son los modos de identificar si un niño grita
demasiado durante demasiado tiempo: uno, que varias personas, en distintos
momentos y con distintas sensibilidades nos lo hagan notar, y dos, niños que
sufren enfermedades relacionadas con las vías altas con cierta frecuencia,
principalmente, afonías y disfonías (quedarse sin voz, o quedarse ronco).
Y si realmente chilla demasiado ¿qué podemos hacer?
Y si realmente chilla demasiado ¿qué podemos hacer?
Por
un lado hay que pararse a pensar si la voz demasiado elevada ha aparecido de
repente, o por lo contrario, ha sido así desde que el niño comenzó a hablar con
fluidez. Si el trastorno tiene un inicio evidente, puede deberse a causas otorrinolaringológicas: quizá un problema de audición pasajero
pero que hay que controlar (deberíamos prestar aquí especial atención a las
otitis de repetición, o cuando el niño presenta dermatitis inespecíficas e intensas). En cualquier caso, los padres
pueden solicitar una revisión que aclare este punto.
Si no
es así, los padres deben analizar sus
propios hábitos, si es necesario preguntando a gente de confianza que den
una opinión sincera y libre de prejuicios. Hay familias más ruidosas, más
discretas, hay personas que hablan en un tono de voz muy alto y hay entornos en
los que se chilla con mucha frecuencia: todo esto influye, pues los pequeños se
adaptan e imitan lo que ven (oyen) en casa. Si los mayores hablan a voces desde
una punta a otra de la casa, o entre los miembros de la familia se llaman a
gritos y se compensa con un tono de voz elevado la falta de contacto visual,
estarán favoreciendo sin querer que los pequeños imiten esos comportamientos. Si
simplemente, se habla muy alto, también.
Usar un tono de voz demasiado alto también puede ser causa de moverse en entornos demasiado ruidosos: una televisión puesta a todas horas, música a gran volumen, un entorno ruidoso obligan a elevar la voz más de lo recomendable y esto puede generalizarse a otros contextos.
Usar un tono de voz demasiado alto también puede ser causa de moverse en entornos demasiado ruidosos: una televisión puesta a todas horas, música a gran volumen, un entorno ruidoso obligan a elevar la voz más de lo recomendable y esto puede generalizarse a otros contextos.
Por otro
lado, gritar mucho puede ser una manera de “defenderse”. Un niño tenderá a gritar cuando no esté seguro de ser
escuchado, por ejemplo, en un conflicto o ante una petición. Los padres suelen
repetir muchas veces: “no me chilles”, o “no me hables tan alto”, pero las
instrucciones explícitas no suelen funcionar cuando está en juego la autoestima
de los niños. Ellos deben estar seguros que cuando hablan con los adultos, van
a ser escuchados, y para ello es importante:
·
Centrar la atención en ellos (no podemos estar haciendo otra
cosa que requiera mucha atención, como por ejemplo mirar el teléfono o el
ordenador). Además, es de lo que los adultos llamamos “mala educación” y se
favorece que ellos imiten ese comportamiento posteriormente (con el consabido “haz el favor de mirarme a la cara cuando te
hablo”)
·
Mirarles
a los ojos, y si es posible, a su altura. Si estamos en otra conversación, dependiendo
de la edad del niño podemos optar por interrumpirla un momento y contestarle, o
pedirle que espere unos minutos, o que en ese momento no podemos atenderle,
pero siempre con el mismo respeto con el que trataríamos a un adulto. En
ocasiones puede ser difícil afrontar su frustración y sus ganas de hablar inmediatamente: aprovechemos el contacto
físico, contengámosles sujetándoles por los hombros con suavidad, o dándoles la
mano: es importante que sientan que sus
necesidades son entendidas aunque no puedan ser cubiertas en ese mismo
instante.
·
Respetar sus turnos de palabra, y ayudarles a que respeten los de los
demás.
·
Muchas
veces chillan porque su habla no es inteligible, se les puede ayudar a ver que
el tono debe ser el adecuado y que se debe pronunciar bien para hacerse
entender, pero siempre con calma.
Y por
último, insisto: son niños, hay que
dejarlos ser. Quizá haya que valorar las circunstancias en las que se les exige
silencio: si vamos de visita a casa de la prima Juanita, que acaba de tener un
bebé, a la hora de la siesta, pues deberemos preguntarnos si realmente esa es
la mejor opción: si no hay otro momento, otro lugar, o si no podemos ir solos
en esa ocasión.
Beatriz Coronas.
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