viernes, 21 de junio de 2013

Niños que chillan ¿demasiado?


     Que los niños hablen demasiado alto es una cuestión que suele inquietar a padres, pero sobre todo a abuelos y a algún cuidador ocasional, que pueden opinar que eso responde a que el niño está algo maleducado. De todo hay, y aunque puede ser cierto que en ocasiones las voces altas están fuera de lugar, hay que tener en cuenta que los niños son niños: espontáneos, explosivos, alegres, intensos... vivos. De los adultos depende darles pautas para evitar que esto suponga un malestar en determinados ambientes, y sobre todo, de ellos depende identificar si verdaderamente el tono habitual que utilizan es excesivamente alto. 
B.Coronas, reproducción prohibida.
     Dos son los modos de identificar si un niño grita demasiado durante demasiado tiempo: uno, que varias personas, en distintos momentos y con distintas sensibilidades nos lo hagan notar, y dos, niños que sufren enfermedades relacionadas con las vías altas con cierta frecuencia, principalmente, afonías y disfonías (quedarse sin voz, o quedarse ronco). 

     Y si realmente chilla demasiado ¿qué podemos hacer?
     Por un lado hay que pararse a pensar si la voz demasiado elevada ha aparecido de repente, o por lo contrario, ha sido así desde que el niño comenzó a hablar con fluidez. Si el trastorno tiene un inicio evidente, puede deberse a causas otorrinolaringológicas: quizá un problema de audición pasajero pero que hay que controlar (deberíamos prestar aquí especial atención a las otitis de repetición, o cuando el niño presenta dermatitis inespecíficas e intensas). En cualquier caso, los padres pueden solicitar una revisión que aclare este punto. 
     Si no es así, los padres deben analizar sus propios hábitos, si es necesario preguntando a gente de confianza que den una opinión sincera y libre de prejuicios. Hay familias más ruidosas, más discretas, hay personas que hablan en un tono de voz muy alto y hay entornos en los que se chilla con mucha frecuencia: todo esto influye, pues los pequeños se adaptan e imitan lo que ven (oyen) en casa. Si los mayores hablan a voces desde una punta a otra de la casa, o entre los miembros de la familia se llaman a gritos y se compensa con un tono de voz elevado la falta de contacto visual, estarán favoreciendo sin querer que los pequeños imiten esos comportamientos. Si simplemente, se habla muy alto, también. 

     Usar un tono de voz demasiado alto también puede ser causa de moverse en entornos demasiado ruidosos: una televisión puesta a todas horas, música a gran volumen, un entorno ruidoso obligan a elevar la voz más de lo recomendable y esto puede generalizarse a otros contextos. 
     Por otro lado, gritar mucho puede ser una manera de “defenderse”. Un niño tenderá a gritar cuando no esté seguro de ser escuchado, por ejemplo, en un conflicto o ante una petición. Los padres suelen repetir muchas veces: “no me chilles”, o “no me hables tan alto”, pero las instrucciones explícitas no suelen funcionar cuando está en  juego la autoestima de los niños. Ellos deben estar seguros que cuando hablan con los adultos, van a ser escuchados, y para ello es importante:
·         Centrar la atención en ellos (no podemos estar haciendo otra cosa que requiera mucha atención, como por ejemplo mirar el teléfono o el ordenador). Además, es de lo que los adultos llamamos “mala educación” y se favorece que ellos imiten ese comportamiento posteriormente (con el consabido “haz el favor de mirarme a la cara cuando te hablo”)
·         Mirarles a los ojos, y si es posible, a su altura. Si estamos en otra conversación, dependiendo de la edad del niño podemos optar por interrumpirla un momento y contestarle, o pedirle que espere unos minutos, o que en ese momento no podemos atenderle, pero siempre con el mismo respeto con el que trataríamos a un adulto. En ocasiones puede ser difícil afrontar su frustración y sus ganas de hablar  inmediatamente: aprovechemos el contacto físico, contengámosles sujetándoles por los hombros con suavidad, o dándoles la mano: es importante que sientan que sus necesidades son entendidas aunque no puedan ser cubiertas en ese mismo instante.
·         Respetar sus turnos de palabra, y ayudarles a que respeten los de los demás.
·         Muchas veces chillan porque su habla no es inteligible, se les puede ayudar a ver que el tono debe ser el adecuado y que se debe pronunciar bien para hacerse entender, pero siempre con calma. 

     Y por último, insisto: son niños, hay que dejarlos ser. Quizá haya que valorar las circunstancias en las que se les exige silencio: si vamos de visita a casa de la prima Juanita, que acaba de tener un bebé, a la hora de la siesta, pues deberemos preguntarnos si realmente esa es la mejor opción: si no hay otro momento, otro lugar, o si no podemos ir solos en esa ocasión. 

Beatriz Coronas.

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