viernes, 15 de noviembre de 2013

La dura vida de los niños "buenos".

     Hace algún tiempo mantuve una conversación con una mujer que me hablaba de su sobrino: "buenísimo, es buenísimo, dormir, comer y otra vez dormir... le han puesto una hamaquita en el salón y está tranquilísimo. A ver si ahora (nueve meses) se anima a andar y ya se le va redondeando la cabecita". Todo esto me lo contaba con alegría y hasta con  "orgullo" de tía; quizás por esa tendencia a pensar que las cosas "buenas" son genéticas. Evidentemente, a partir de sólo una conversación no puede establecerse nada, pero a mi un niño así, esos niños "tan buenos" me preocupan mucho; porque cuando una madre te dice cansada que su niño no para, que se despierta en el carro, que no quiere quedarse solo, que todo el rato quiere brazos... pues hay que intentar descartar algún dolor, y sobre todo, hay que cerciorarse que existen realmente momentos de confort para el bebé: si se calma con su mamá (aunque sólo sea con ella), o al pecho, o con movimiento, lo más probable es que todo esté bien, que sea un bebé exigente y sano. Y cuando hay exigencia, es fácil (aunque sea muy cansado) criar un niño: sólo hay que hacerle caso; ellos se encargan de hacer ver lo que les gusta, lo que no y lo que necesitan. 

     Pero los niños "buenos" son otro tema. No quiero decir aquí que tengan algún problema, pero sí que creo que la comunicación entre padres e hijos puede ser más difícil. Porque con todas las cosas que hay que hacer a lo largo del día, ante un niño que no demanda, es fácil caer en la tentación de no prestar atención a sus necesidades. Muchas veces esas necesidades son calladas artificialmente: me refiero a esos niños "buenos" permanentemente detrás de su chupete. No se trata de atacar al chupete por si mismo porque eso da para un capítulo completo, pero sí dar un toque de atención a lo que supone que un niño "acalle" sus necesidades emocionales (no estamos hablando sólo del hambre y del sueño) a base de succionar indiscriminadamente. Conozco varios de estos niños "de anuncio", tan buenos, tan buenos, que sólo han dado problemas cuando le quieren quitar los chupetes a los cuatro años, porque no se le entiende al hablar, porque se le tuercen los dientes o porque ya, tan grande, queda feo. 

    Pero otras veces, los niños simplemente son así, tranquilos. Y ser tranquilos en este mundo de locos puede ser peligroso. Con estos bebés en ocasiones llega un momento en el que la familia cae en el extremo opuesto: de repente se dan cuenta que hace demasiadas pocas cosas en relación con otros niños (ay, las comparaciones), y se cae en la trampa de la hiperestimulación. Juguetes de colores, con sonidos, luces, movimientos... y sobre todo, una repentina necesidad de que el niño ande, o por lo menos "se mueva". 

     Un niño sano debe ser estimulado, pero los recursos de la familia son los necesarios y suficientes; se le puede balancear, portear, cantar, soplar, besar, acariciar, masajear, arrullar... ACOMPAÑAR su crecimiento. Y ACOMPAÑAR está en mayúsculas para diferenciarlo de "ayudar a". Con cuatro meses se les incorpora (a la fuerza) rodeado de cojines para comer (a la fuerza) triturados. Con ocho meses se les da la mano para que echen el pie (primero a la fuerza... después, cuando las espaldas adultas se resienten y son los pequeños quien la reclaman, llegan las rabietas...). Se les sube a columpios en los que no se sostienen por ellos mismos, bien atados... eso no es acompañar, lo que se está haciendo en estos casos es FORZAR etapas, lo que puede ocasionar más daños que beneficios. 

     Los niños deben moverse por propia iniciativa; llegará el momento en el que necesiten por sí mismos voltearse, levantarse o gatear, así que además de no forzarlo con antelación hay que estar muy pendiente de tampoco evitar el movimiento: qué diferente hubiera sido el desarrollo de nuestro bebé del principio del texto si en lugar de la hamaca hubiera tenido a su disposición más suelo (en el césped, o con una mantita es suficiente para que esté un poquito más amparado), con sus diferentes texturas. Cómo se hubiera beneficiado su sistema vestibular, su musculatura y hasta la forma de su cabecita, de ser porteado frecuentemente por adultos con sistemas ergonómicos. Y sobre todo, cómo se hubieran beneficiado sus emociones de estar mucho más tiempo cerca de adultos que le den calor y le acerquen a la vida cotidiana. 

     Acabo esta reflexión con un video sobre el Instituto Loczy de Emmi Pikler, pionera en el tema de la libertad en el movimiento y a quien os animo a estudiar sobre ella y sus observaciones. 



Beatriz Coronas

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