sábado, 10 de marzo de 2012

Ponga un animal doméstico en su vida.

Llevábamos unos pocos meses mi padre y yo adaptándonos a nuestra nueva situación cuando un tercer personaje hizo acto de aparición en el teatro de nuestras vidas. Vivíamos en un primer piso de cara a un monte y era relativamente fácil saltar, sobre todo para un animal de cuatro patas con la agilidad de un gato.
Era joven y fuerte, posiblemente como de un año o así, y daba la sensación de que le habían echado de alguna casa en cuanto perdió la gracia del cachorro para adoptar el aspecto de un gato adulto y caradura. Sabía que podía beber agua en la fregadera y algún otro truco más que un gato de la calle no sabría, como que es más cómodo dormir encima de la cama de tu ama que en la mantita del suelo. Estaba ligeramente “civilizado”, aunque ya había conocido la libertad de las calles aumentando sensiblemente su instinto animal,  razón que hacía que tuviéramos especial cuidado en no dejar comida sin tapar en la encimera de la cocina.
Era blanco con manchas rojas y la cola como a rayas blancas y rojas. Eso y su costumbre de desaparecer sin dejarse ver durante horas y a veces días me llevó a ponerle como nombre “Wally” (como el de los cuentos aquéllos del tipo a rayas “¿Dónde está Wally?”).
Siempre había querido tener un gato, era la ilusión de mi vida y que aquel pequeño bicho semiamaestrado y semicallejero nos adoptara como su familia fija me hizo una ilusión tremenda. Pero fue otro aspecto más de nuestra vida al que tuvimos que adaptarnos.
Como he contado, yo atravesaba un periodo difícil tratando de acostumbrarme a la rutina de las tareas domésticas. Wally ayudó mucho a que me adaptara lo más pronto posible. Por una especie de manía fetichista se meaba encima de mi ropa si se la encontraba por ahí amontonada, así que no me quedó más remedio que tenerla guardada y recogida si no quería tener que lavarla otra vez. Como ya mencioné, también se encargó de “defenestrar” alguna que otra figurita de la discordia. Hubo que reubicar y guardar sistemáticamente ciertos chismes que estaban eternamente fuera de sitio porque corrían peligro de ser arañados, meados, rotos y/o perdidos (como una virgencita fosforescente que mi madre tenía en su mesilla que apareció en el salón en la esquina de detrás de la tele, recorrió la casa de punta a punta). Llenamos el suelo de pelotitas de plata porque el gato nos salió futbolero y de vez en cuando le gustaba hacer unos regates según se iba para la calle a dar su paseo habitual o al salón a echarse la siesta en el sofá de mi padre.
Bueno, no os voy a dar más la chapa con batallitas del gato (de momento) y voy a pasar a explicar la parte de teoría sistémica que ilustra este ejemplo.
Cuando ocurre un cambio muy grande en un sistema, tanto que el sistema se rompe y debe reinventarse para poder sobrevivir de alguna manera, cuando pasan los primeros meses de adaptación el miedo que se instaura a los cambios puede hacer que el sistema caiga en un estado de rigidez que aprisione a sus miembros y no los deje apenas respirar ni evolucionar. Es verdad que tras un cambio muy fuerte de manera natural se formará una estructura rígida que dé seguridad a sus miembros y que les aporte el “molde” ideal a partir del cual crear la estructura definitiva a medio camino de la flexibilidad y la rigidez que caracteriza un sistema sano. Un ejemplo podría ser una pierna que se lastima y se le proporciona un bastón a la persona para ayudarse a caminar mientras dure la rehabilitación, que lo sujete en el día a día y pueda fortalecerse con la seguridad que le produce una estructura rígida externa. Pero el bastón no es el estado definitivo, sino una ayuda temporal. El habrá personas que “le cojan miedo” a caminar sin bastón y hagan de él un compañero para el resto de sus días, aunque ciertamente no sea necesario sino a un nivel psicoemocional. Un animal doméstico puede añadir esa pizca de sal a la vida que haga que la familia no se anquilose en la estructura rígida del principio y sepa pasar con cierta elegancia gatuna a la siguiente etapa de estructura semirígida y permeable más adecuada y sana.
En nuestro caso fue el tercero en discordia que nos enseñó a tomarnos la vida con un poco más de tranquilidad y perspectiva. Tuvimos mucha suerte de que Waly nos adoptara como familia porque empezábamos a necesitar a nuestro alrededor una estructura más flexible y él fue el soplo de aire fresco que nos ayudó a hacer la transición. Bueno, luego nos enteramos de que era polígamo y de que tenía más familias (por eso desaparecía a veces durante días, lo tendrían encerrado curándose de alguna aventura gatuna) pero eso es otra historia de nuestro multifacético gato de las mil caras.
Mónica Alvarez
http://elhadadelosgirasoles.com/
http://duelogestacionalyperinatal.com/

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