En la actualidad se calcula que en torno al
15% de los adolescentes desarrollan conductas violentas. Aunque las razones son
múltiples y complejas, de lo que no hay duda es que existe una estrecha
relación entre el trato recibido en la primera infancia y el posterior
desarrollo de estas conductas.
El maltrato a un bebé o a un niño pequeño
será determinante en el futuro de esa persona, e incluso de las siguientes
generaciones, ya que todas las personas con quienes se relacione serán
afectadas por los daños morales y cerebrales que sufrió ese ser humano en su
periodo fundamental de desarrollo.
La actitud que tienen los padres hacia sus
hijos deja una huella indeleble para siempre en los mismos.
En 1981 los premios Nobel de Fisiología David
H. Hubel y Torsten N. Wiesel demostraron de forma fehaciente que las primeras
experiencias de un ser humano tienen un efecto permanente y que incluso puede
perderse para siempre la información genética del cerebro a cusa de
determinados factores ambientales.
Aunque el cerebro estará en continuo
desarrollo a lo largo de nuestra vida, el momento más importante y crítico es
el la primera infancia, donde un ambiente cariñoso y respetuoso, en el que se
cuide, mime y estimule al bebé tendrá efectos muy beneficiosos, y por el
contrario si hay un comportamiento violento, negligente, o simplemente
desapegado, los efectos negativos pueden ser irreversibles. Los estudios de
Jonathan Pincus, neurólogo de la Universidad de Georgetown, han puesto en evidencia
que el maltrato repetido en la infancia deja huella en el cerebro para siempre.
Maltratar a un niño es muy fácil, un niño no
sabe defenderse, y no es necesario utilizar violencia expresa. Hay una forma
muy sutil de maltrato, la que no se suele ver, aquella que consiste en de forma
consciente o inconsciente (en el maltrato hay mucha ignorancia normalmente) se
descuida al bebé, como por ejemplo no consolarlo cuando llora, no cogerle en
brazos… cosas tan primarias y fundamentales en la vida de un recién nacido que
si no se le ofrecen pueden afectar a su desarrollo, y lo peor es que no somos
conscientes de ello, porque los daños recibidos, que afloran en diversas formas
de agresividad y /o violencia, no suelen hacerse patentes hasta la adolescencia.
El niño que es maltratado, no tiene atendidas
sus necesidades, es abandonado o sufre abusos, del tipo que sean, aprende que
el mundo es un lugar hostil, difícil, duro, y que solo hay dos patrones que se
pueden seguir, el de víctima o el de verdugo.
Es importante ser conscientes del daño emocional
que podemos inferirles con nuestra negligencia ante sus sentimientos y
necesidades a nuestros hijos cuando son recién nacidos, bebés, niños, y debemos
asumir el compromiso de intentar cubrir fundamentalmente los aspectos
emocionales que les hagan sentirse queridos, valorados y seguros.
Azucena Caballero
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