Cuando un juez dicta sentencia, es difícil que las partes en conflicto estén de acuerdo con dicha sentencia. Y es natural que así suceda, porque ambas partes creen tener la razón, y motivos suficientes para actuar del modo que lo hicieron. De hecho, la cultura popular lo avisa, diciendo vale más un mal acuerdo que un buen pleito.
Nuestras leyes dicen que todas las personas son iguales ante la justicia. Sin embargo, eso es más que discutible cuando esas personas tienen menos de 18 años. Si el conflicto se presenta entre menores, el adulto tiende a dar una solución. Y evidentemente, igual que sucede cuando lo hace un juez, las partes en conflicto suelen estar en desacuerdo.
Pero aquí la situación se complica algo más, porque quién ocupa la posición de juez, suele ser alguien "especial" para los niños. Un padre, una madre, un profesor o profesora, etc. Así cada parte pensará que "la otra parte" es la preferida, incrementandose entonces el nivel de conflictos.
Cuando un juez tiene un afecto por alguna de las partes, no debe juzgar ese caso en particular. Pero cuando las partes en conflicto son menores de edad, este dato normalmente no se tiene en cuenta. Cuando explico esto, en los talleres, me suelen preguntar: "entonces, aunque estén peleando, ¿no intervengo?".
La respuesta es simple, ni intervengo ni permito que hayan golpes. Si hay golpes lógicamente les separo. Si no hay golpes, pero piden mi intervención, o considero que debo intervenir, me acerco y escucho cada una de las partes. Evidentemente tengo sentimientos, y además cada parte dará su versión de "los hechos". Mi posición la mantengo neutra. Escucho a cada persona, y hago las preguntas de curiosidad que considero oportunas. A partir de ahí, permito que elos encuentren una solución que les parezca aceptable a ambos.
Así evito ocupar la posición de juez, y ocupo la de persona que escucha y que les devuelve la confianza en ellos mismos y en su capacidad de encontrar una salida. Además evito que esa salida sea una "excusa" para pensar en qué alguien es mejor o peor... Sino que todas las partes implicadas tienen capacidad suficiente...
Teresa García.
Psicologa clínica.
Sin Castigos
Nuestras leyes dicen que todas las personas son iguales ante la justicia. Sin embargo, eso es más que discutible cuando esas personas tienen menos de 18 años. Si el conflicto se presenta entre menores, el adulto tiende a dar una solución. Y evidentemente, igual que sucede cuando lo hace un juez, las partes en conflicto suelen estar en desacuerdo.
Pero aquí la situación se complica algo más, porque quién ocupa la posición de juez, suele ser alguien "especial" para los niños. Un padre, una madre, un profesor o profesora, etc. Así cada parte pensará que "la otra parte" es la preferida, incrementandose entonces el nivel de conflictos.
Cuando un juez tiene un afecto por alguna de las partes, no debe juzgar ese caso en particular. Pero cuando las partes en conflicto son menores de edad, este dato normalmente no se tiene en cuenta. Cuando explico esto, en los talleres, me suelen preguntar: "entonces, aunque estén peleando, ¿no intervengo?".
La respuesta es simple, ni intervengo ni permito que hayan golpes. Si hay golpes lógicamente les separo. Si no hay golpes, pero piden mi intervención, o considero que debo intervenir, me acerco y escucho cada una de las partes. Evidentemente tengo sentimientos, y además cada parte dará su versión de "los hechos". Mi posición la mantengo neutra. Escucho a cada persona, y hago las preguntas de curiosidad que considero oportunas. A partir de ahí, permito que elos encuentren una solución que les parezca aceptable a ambos.
Así evito ocupar la posición de juez, y ocupo la de persona que escucha y que les devuelve la confianza en ellos mismos y en su capacidad de encontrar una salida. Además evito que esa salida sea una "excusa" para pensar en qué alguien es mejor o peor... Sino que todas las partes implicadas tienen capacidad suficiente...
Teresa García.
Psicologa clínica.
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