viernes, 1 de noviembre de 2013

La familia y el Ingreso Hospitalario. Parte 2

Aunque ha pasado poco tiempo, sigo emocionándome, como si hubiera sido ayer, al recordar que todos pudimos pasar juntos en el hospital la primera noche de vida de mi pequeña Gabriela. Ya no sólo era importante para mi, sino lo era para cada uno de los miembros de la familia: desde los más grandes a los más pequeños pues todos, y cada uno de ellos, tienen el derecho a que se le respeten sus opiniones y deseos. No por tener menos edad, por ser un niño, han de menospreciarse sus preocupaciones, sus deseos, sus opiniones. Los niños sienten, aman y piensan en la misma forma e intensidad que nosotros y es por ello que las decepciones y la desatención a sus sentimientos, provoca en ellos un estado de ansiedad que va mermando su seguridad ante la vida misma.

Mi hija Palmita quería pasar la noche junto a mi, a su papa y a su hermana en el hospital. No era un capricho. Para ella el nacimiento de su hermana era un acontecimiento que llevaba 9 meses esperando, día a día, viendo mi barriguita crecer y notando las patadas de su hermana. No era una situación extraordinaria que surge con urgencia de un día para otro y en la que hay que tomar decisiones precipitadas. Fue una maduración de nueve meses donde no sólo iba a nacer un nuevo hijo, sino iba a nacer una nueva familia. Una nueva familia donde cada uno de sus miembros durante todo el tiempo que la naturaleza, tan sabia, nos da, fuimos preparándonos y creciendo emocionalmente. Aprendimos a asumir nuestro nuevo papel de forma pausada, prestando especial atención a la pequeña, ayudándole a superar sus momentos de miedo e inseguridad por el cambio tan grande que se avecinaba en el mundo que le rodeaba y que, hasta ahora, conocía.

Amanecimos en el hospital con el cálido aire del veranillo de San Miguel. Mi marido tuvo que marcharse a trabajar pero antes le pedí que me liberara de toda aguja, válvula y suero que tuviera en mi cuerpo. Me levanté feliz de la cama con la satisfacción de poder ser de nuevo independiente y ocuparme de mis hijas. Y comenzaron las visitas médicas...

En primer lugar llegó la pediatra. Le pregunté si deseaba que Palmita y su abuela salieran de la habitación mientras ella exploraba a la bebé y su respuesta fue clara: "A mi no me molestan los niños". Con dedicación infinita no sólo permitió que Palmita se quedara allí sino que le pidió que se acercara y la hizo partícipe de la exploración explicándole pacientemente cada cosa que iba haciendo. Palmita permaneció a su lado tranquila y callada, mirando y aprendiendo. No me cabe duda que cada uno de esos pequeños momentos, a veces tan insignificantes para los adultos, son pilares fundamentales para crear el vínculo emocional entre hermanos, del mismo modo que sucede con la madre y el recién nacido en las primeras horas de vida.

Al poco rato de marcharse llegó una auxiliar de enfermería. Sin mediar palabra se puso a gritar desde la puerta: "TODAS LAS VISITAS FUERA!!". "TODOS AFUERA YA!!" Su tono era áspero e insultante. Agresivo. Mi pequeña bebe, de un sólo día de vida, dio un respingo poniéndose a llorar asustada (demasiado poco tiempo para tamaña gritería). Yo pensé que la señora, sin ella misma saberlo ni quererlo, era un poco maleducada (es condición mía, que no puedo evitar, justificar siempre de antemano un mal comportamiento). Ingenua de mí le contesté: "por supuesto señora, espere un momento y ya salen". Necesitaba un minuto para explicarle a Palmita que iba a salir un ratito afuera con la abuela mientras la doctora me exploraba a mi. Y es que tengo la mala costumbre de explicarle a mi hija todo lo que ella me pregunta y es por ello que, hasta la fecha, tengo ganada su entera y absoluta confianza... porque la confianza de los niños, de los adultos, de los ancianos, de los jóvenes, no se regala: Se entrega y se gana. Válgame el cielo que esta señora debía estar renegría por dentro pues pareciera que estaba deseando pelear. Yo, que ya debería estar de vueltas con 43 años, aún me siguen pillando desprevenida semejantes mamarrachas pues mi ingenuidad innata no me las deja ver venir. Pueden ustedes creerse que aprovechó mi respuesta tranquila para alzarse aún más?. Se adentró en la habitación y a gritos comenzó a echar a Palmita y a la abuela. Palmita lloraba asustada llamándome, la abuela no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Yo, desconcertada, le dije, firme, que saliera inmediatamente de la habitación. En segundos todo se calmó. Le pedí a Palmita con un beso que saliera fuera un momento y aún llorando salió de la manita de su abuela.

Y llegó la ginecóloga y el circo comenzó.

Entró seria, altiva, con esa actitud de la que va mascando algo por dentro y está deseando escupirlo. Iba acompañada de dos chicas jóvenes, no sé si enfermeras o residentes. No me dio tiempo a saberlo.
Y ahora, por un momento, les pido un ejercicio de imaginación...
Imaginen la siguiente situación:
Yo estaba sentada en la cama. La ginecóloga se quedó de pie, frente a mi, los brazos cruzados sobre el pecho, la barbilla alta y la mirada hacia el otro extremo, opuesta a la mía. Un conjunto que mostraba irritabilidad e impaciencia. Una de las dos chicas permaneció de pie su lado. La otra jovencita se sentó a mi izquierda y comenzó a recitarme la primera de las mil preguntas que llevaba listadas en su bloc: "Como te encuentras?", " Tienes algún dolor?".
No dio tiempo a más. De pronto la ginecóloga habló (su tono era alto, enfadado, prepotente, sarcástico, de aquel que lo sabe todo y está a punto de dar una lección) y cual amigas de todo la vida que se encuentran a tomar un café, me soltó:
-" Tú tienes un problema con tu hija!"
Yo me giré hacia ella, más desconcertada si cabe, intentando asimilar situación tan surrealista.
-" Cómo dice?¨ le contesté mientras mi serenidad estaba dando caza a esa bravería que anida en todas las madres cuando alguien habla de sus hijos.
- "Por supuesto que lo tienes! Y a ver cómo lo solucionas." Volvió a repetir acentuando con ira cada una de sus palabra.
Las dos chicas no sabían donde meterse. Por el rabillo del ojo las veía intentando esconder la cabeza, cual avestruz, entre los pliegues de sus cuellos.
Y siguió... (Hay que reconocer que valiente sí que era):
- ¨Tu hija no debería querer estar aquí. Ella debería querer estar en el parque jugando con sus amiguitas o debería querer estar en casa con los abuelos. Y no debería querer estar en un hospital!¨
- ¨Me está usted diciendo que mi hija tiene un problema por querer estar con su madre y su hermana recién nacida?, pero quien le ha pedido a Usted un consejo sobre crianza?¨
- ¨Bueno tú verás, yo te lo digo porque debes saberlo, ahora tú haz lo que te de la gana!¨
Ese "lo que te de la gana" estuvo acompañado con un ademán de manos, como el que se gana la vida espantando moscas. Aún así no dejó de sonar sentencioso y despectivo.
- "Por supuesto que lo haré" le respondí. "Empezando porque esta visita médica acaba de terminar en este mismo momento. Váyase por favor de esta habitación ahora mismo".
Cuando salió de la habitación volvió a gritar a mi hija y a su abuela, porque estaban afuera de la habitación y no al final del pasillo. No lo sabíamos. Simplemente era eso. No conocíamos las normas y habíamos recibido un trato realmente vejatorio.

No me lo pensé. Comencé a recoger las cosas y llamé a mi marido diciéndole que nos íbamos a casa. No habían pasado 24 horas de la cesárea cuando los cuatro entrábamos en nuestro hogar. Y yo no podía dejar de pensar en cada palabra que me había dicho la doctora... Pueden ustedes imaginarse la misma conversación pero cambiando a la persona? Es decir: si en vez de hablar de mi hija hubiera hablado de mi marido hubiera sonado igual?.

Imaginen:
-" Tú tienes un problema con tu marido!"
-" Cómo dice?", ...
- "Por supuesto que lo tienes!! Y a ver como lo solucionas." ... "Tu Marido no debería querer estar aquí. El debería querer estar en el bar tomando una copa con sus amigos o en casa viendo el fútbol. Y no debería querer estar en un hospital"
- ¨Me está usted diciendo que mi marido tiene un problema por querer estar con su mujer y su hija recién nacida?, pero quien le ha pedido a Usted un consejo sobre mi matrimonio?¨
- ¨Bueno tú verás, yo te lo digo porque debes saberlo, ahora tú haz lo que te de la gana!¨

Estamos de acuerdo en que nadie en su sano juicio hubiera opinado así sobre el marido de nadie. Eso está claro. Pero por qué siento que cada vez resulta más fácil cuestionar las decisiones de un niño? Por qué no se considera tamaña intromisión igual de insultante?. El niño tiene el mismo derecho a ser respetado como individuo independiente y como parte de una sociedad y de una familia del mismo modo que se respetan a los otros miembros: hombres, mujeres, ancianos. El niño tiene el mismo derecho a sentir, a querer y a desear y, sobre todo, a que entiendan que sus sentimientos son de las misma calidad que los de un adulto. Sus sentimientos les hacen reír, les hacen llorar, les hacen amar, les hacen odiar, les hacen sentir abandono, les hacen sentirse inútiles, importantes, magníficos, mediocres, héroes y villanos, igual que a Usted y a mi. Pues ser niño no es sinónimo de poder ser vapuleado, de poder ser excluido de la sociedad y de sus decisiones.

Hay mil razonamientos que esta doctora podría haberme dado para justificar su incomodidad de que mi hija estuviera allí presente sin tener que llegar a valorar lo que debería querer estar haciendo o no. Por ejemplo:

- Podría haberme aconsejado, tal y como me refirió una persona de dirección del hospital, que un niño sano no debería estar en un hospital para evitar contagios innecesarios. Y digo siempre que podía haberme aconsejado y no obligado pues no existe protocolo en el hospital público de Algeciras que impida que un niño se quede a dormir con su madre. El riesgo de contagio existe, por supuesto, del mismo modo que existe para la madre sana y para el bebe recién nacido sano. La decisión debe estar en la madre.

Ramón Soler, Psicólogo colegiado y codirector de Mente Libre nos dice:
"El mero hecho de ir a un hospital, ya supone cierto riesgo de contagiarse de alguna bacteria hospitalaria, pero este riesgo también es real para la madre y para el recién nacido, de modo que no me parece un motivo de peso para evitar entrar al hermano mayor y privarle de la compañía de su mamá y de poder asistir al nacimiento de su hermano. Este inconveniente se solucionaría si hubiera casas de parto en edificios separados del hospital. No habría bacterias peligrosas y no se tendría que separar al niño de su madre.¨

- Podría haberme aconsejado que un niño puede molestar a otros pacientes porque "los niños incomodan y son revoltosos", ideología que tristemente está muy de moda últimamente llegando al límite de que se están creando "zonas libres de niños" en restaurantes, aerolíneas, hoteles etc. Yo, a estos energúmenos, les contestaría que igual que hay niños maleducados, hay adultos insoportables. A mi me incomodan los borrachos en un bar, los histéricos en un avión, las despedidas de solteros en los restaurantes con sus gritos y risotadas... Y saben qué?, que me aguanto, pues todos vivimos en sociedad. Vuelvo a la conclusión de antes: si un niño incomoda en un hospital porque está nervioso hay que presuponer que la madre sabrá calmarlo.

Conozco historias concretas de mamás que han ido a dar a luz a hospitales privados de la Costa del Sol y el padre, con sus dos o tres niños, se han quedado a dormir en la misma habitación de la madre incluso montando en la habitación una peqeña tienda de campaña y simulando una acampada con los niños. No les parece fantástico? No piensan ustedes que en realidad debería ser así? Un momento tan maravilloso como la llegada de un nuevo miembro de la familia debería poder estar compartido por toda la familia y no sólo por aquellas que puedan pagar un parto privado, en un hospital privado y con una habitación individual...
... Será que se va a tratar de eso? Que la incomodidad se traduce en cuestión económica?

Y vuelvo a recoger las maravillosas palabras de Ramón Soler:
"El aspecto económico tampoco debería ser un problema, ya que las casas de parto o apoyo al parto en casa, son opciones igual de seguras o, incluso, más que el parto hospitalario. En estos entornos más seguros, los hermanos podrían acompañar a sus mamás sin ningún problema. Además, si tenemos en cuenta que el parto natural, acompañado de manera respetuosa y asistido por matronas debidamente preparadas, presenta muchos menos problemas que el parto hospitalario, se reduciría el número de cesáreas y, por lo tanto, el sistema nacional de salud ahorraría muchos miles de euros. Mi impresión es que, tanto la protección de infecciones como el aspecto económico son meras excusas. La realidad es que ningún profesional de la salud está preparado para trabajar con niños a su alrededor. No comprenden que un parto no es una enfermedad (salvo que haya algún problema diagnosticado previamente) y que no hay ningún motivo para separar a las madres de sus hijos."

Qué sucede entonces con las mamás que tienen hijos pequeños a los que aún ofrecen lactancia materna, mamás que no tienen donde dejarlos, mamás que duermen con sus hijos y éstos nunca han pasado una noche sin ella o mamás que simplemente quieren que sus hijos estén con ellas en momento tan importante?

Es cierto que algunas mamás están agotadas tras el parto o la cesárea y son ellas mismas las que piden descansar y que los niños se queden con algún familiar si lo tienen, pero creo firmemente que la decisión de que los hijos pernocten con ella o no, debe estar en la madre.

Y para contestar a ésto concluyo con las palabras de Ramón Soler:
"Si la mamá está cansada, entiendo que será lo suficientemente madura como para decírselo a su pareja o a sus familiares para que ellos puedan cuidar al niño mientras ella descansa. Evitar que las madres tomen estas decisiones es ningunearlas e infantilizarlas. La madre no es una enferma ni tiene mermadas sus facultades mentales; puede tomar este tipo de decisiones perfectamente. Por otro lado, si los padres considerasen que el niño no debe ir al hospital, por cualquier motivo, ellos son los que deberían tomar la decisión. Los médicos no deberían decidir a priori lo que es mejor para las familias."

Yo no permití que nadie decidiera a priori qué era lo mejor para mi familia y cada día que pasa, al ver el amor de mis hijas, sé que hice lo correcto.

Evita Rey


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